ESTE BLOG ESTA CREADO CON LA INTENCION DE COMPARTIR CON MIS SERES QUERIDOS ALGUNAS COSAS QUE ROBAN MI TIEMPO... ESPERO QUE LO DISFRUTEN TANTO COMO YO.

jueves, 29 de noviembre de 2007

¿Perdidos en la oscuridad? ¡Encendamos una luz!

Por lo general, la actitud ante el problema es buscar soluciones fáciles y rápidas que no impliquen la propia voluntad. Se recurre a gente conocida, se pide ayuda a unos y a otros, hasta que el panorama se vuelve negro a falta de salidas. El problema ha bloqueado a quien busca la solución fuera de sí y, sobre todo, al que parte del principio de la injusticia de la vida que le somete a tales infortunios. La emoción negativa gana terreno, las ideas se vuelven cada vez más confusas, el organismo empieza a reflejar la angustia y el problema asume entonces la dimensión de una montaña infranqueable. Sólo queda el dolor, la desesperación, la irritabilidad, la agresión contra los demás por la parte de culpa que pudieran tener...

Es necesario elevarse por encima del problema y de la pena para encontrar una respuesta. Si sabemos que la raíz de la dificultad está en el plano afectivo, hay que trabajar con la energía mental para superar la atmósfera emocional negativa.

Puede parecer difícil en principio, pero todo es difícil hasta que no se prueba por primera vez. Hay que hacer el esfuerzo de subir un escalón, de pasar por encima de las nubes y llegar a la claridad del propio entendimiento. No todos somos sabios, es verdad, pero todos tenemos un cúmulo de experiencias más o menos importantes como para buscar respuestas factibles al mal que nos aqueja. Hay que poder llegar hasta nuestro rincón de soluciones. Algunas resultarán inservibles, otras discretamente válidas, y no faltarán las francamente buenas. Probando y probando, con buena voluntad y sin la ansiedad de la emotividad distorsionante, se adquieren nuevas experiencias que serán útiles para siguientes ocasiones.

VENCER EL MIEDO

En el corazón mismo del miedo está la fuerza que nos ayuda a salir de él.

El miedo sólo paraliza cuando se le da un valor definitivo: hay miedo y nada más que miedo. El miedo abre paso al valor cuando se lo toma como una prueba: hay que aprender a ver los peligros, reales o imaginarios, para saber con qué o con quién combatimos. El miedo, en este caso, es una incitación al valor. Cuando sabemos a qué le tememos, podemos actuar para crecer y asumir el tamaño de lo que nos asusta.

¿Que el miedo es el primero de los enemigos en el camino de la sabiduría? Ya lo sabíamos, pero hay que experimentarlo. La sabiduría no es llenarse la cabeza con ideas que nunca se aplicarán (precisamente por miedo o por cobardía, o por comodidad que es otra de las formas del miedo y la cobardía); sabiduría es aprender a vivir, a evolucionar, llegar a sentirse más firmes y seguros.

Es evidente que para llegar a la sabiduría hay que atravesar muchos caminos desconocidos, hay que abrirse paso por la intrincada selva de las experiencias; quedarse atrás por miedo, creer que evitaremos estos encuentros con lo desconocido, es apenas aplazar el sentido inexorable de la vida, y para peor, vivir lo que nos queda por delante con la sombra permanente del temor, de lo que se pudo hacer y no se hizo a la espera del héroe interior cuyo nacimiento se abortó en la mediocre comodidad del que no quiso vencer obstáculos.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La Palabra que Cure las Heridas

Iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá, con una mediecita caída y la otra no, las florcitas celestes de su vestidito arracimándose, cómo pequeños cielos repartidos sobre la tela, y el pelito de seda, dócil y apenas una lluvia enrulada por el aire. Cada tanto levantaba la carita para preguntar algo y la mamá sonreía. Iban tranquilas. Sin apuro. Eran todas las mamás y todas las nenas, un resumen hermoso en la tarde serena. Eran, también, mi hija y yo hace unos años cuando yo no tenía todas las respuestas pero las inventaba. Lo que tenía era la risa. Lo que tenía era el futuro iluminado y el bello cansancio de las cosas que ahora ya no hago y por eso me cansan... han dejado un vacío en mis horas. La niña me necesitaba y me amaba sin condiciones para amarme. La niña aceptaba todo de mí: mi forma de vestirme, de peinarme, de resolver problemas, de vivir. Ella apretaba mi mano fuerte, fuerte, y frotaba sus mejillas redondas en mis mejillas también redondas. Acurrucaba su cuerpo contra mi cuerpo, tibiecita y era la rama florecida de mi árbol. Una prolongación de mí. No buscaba una doble lectura en mis palabras. No exigía. No miraba de reojo. Yo elegía sus zapatitos blancos o de negro charol. Y todo estaba bien. Porque la amaba y me amaba y nada entorpecía ese amor. Ahora... ella mujer y yo tan sola (porque a mí lile tocaron los dolores que marcan la soledad como una cicatriz) - todo ha cambiado. Ya no soy la que elige sus zapatos, y ella corrige mis elecciones. He dejado de ser inteligente. Escondo lo que siento de verdad porque temo su juicio. Fui una tonta al no sacar mi entrada para ir a ver a Sting. -Desde casa, por la pantalla del televisor, el espectáculo fue perfecto... Tomé café, sentada en un sillón... no tuve frío ni temí la lluvia... Ella se encoge de hombros. "No es lo mismo", replica. "No es la vida". Y a mí me da pereza explicarle que a su edad yo temblaba de frío en el invierno. Que tenía miedo de llegar tarde al trabajo y me reprendieran. Que los días quince comenzaba a contar las monedas para llegar a fin de mes. Que si no hubiese tenido éxito con mis libros, nunca hubiera podido tener la casa propia". Soy, para ella, una especie de tonta que no sabe disfrutar de las cosas. Tal vez tenga razón. Me costaron tanto, que las cuido. Y las quiero. Quiero mi Platerito de madera, todas las chucherías que los amigos y los lee torea me mandan de regalo. Las atesoro. Cada una de ellas posee un significado y un mensaje. Quiero los libros subrayados, las copas de cristal qué pagué en mensualidades, el mantel de las grandes ocasiones. No me gusta que revuelva mis papeles ni mis fotografías, porque es como si hojeara mi vida viendo con ojos críticos o burlones lo que es sagrado para mí. Ella ha crecido. Es más grande que yo. Es más sabia. Es menos frágil. Tuvo más posibilidades y más tiempo para seleccionar lo mejor de la vida, mientras yo me golpeaba, me equivocaba, me quedaba sin aliento armando el difícil rompecabezas del presente sin vuelo, del futuro sin problemas. Y estoy aquí, siempre aguardando su llamado o su visita apresurada, porque tiene que hacer tantas cosas Y entre su entrada ruidosa y su salida al trotecito (esta niña mía no aprendió nunca a caminar denuncie), una frase que me golpea la boca del estómago que le corta la res respiración -Mirá mamá, vos hacé lo que quieras, pero a mí me parece que ... Ella lo dice al pasar. No oye lo que respondo, de modo que no contesto nada. Y se va. El mundo la aguarda fuera de esta puerta. Es hermosa y es buena. Creo que es más generosa que yo. Y que si se ocupara realmente de darle forma a lo que siente, podría ayudar a mejorar el mundo en que vivimos Sin duda, sufrirá menos que yo. Con algún granito de arena habré contribuido para que fuese más fuerte y decidida, menos temerosa de lo que soy. Ella sale por esa puerta, deja impregnada la casa con su perfume algo sofisticado, y yo me quedo sola. Solemne soledad la mía. Maravilla, mi perra, se pone como loca cuando lloro. Entonces no lloro, porque me apena verla acongojada. Se ovilla a mis pies mientras escribo Mueve la cola, alborozada, - cuando la llamo mi compañerita.Tal vez ella sí sabe que yo tengo miedo. Que me da vergüenza. Que me encierro y a veces me paso horas rezando mi rosario y pidiéndole a Dios que me ayude, que me dé una respuesta, que me muestre el camino, que me tienda una mano con temperatura humana, que alguien sepa obligarme a vivir lo que me queda de vida, alguien sin miedo, a quien no pueda discutirle nada, alguien que me entienda y me conmueva y no me dé tiempo a titubear ni a contradecirlo. Alguien que me vea. Soy así ni demasiado linda, ni poderosa, ni invencible, con bosquecitos dentro de los ojos, y todo un cielo estrellado en el torrente de mi sangre. Soy buena compañera para los silencios y para las charlas amanecidas. Pongo el hombro en la lucha, y en la paz puedo ser una isla arbolada, una plaza con tilos florecidos. OH, iba caminando delante de mí, tomada de la mano de su mamá. Entregada y pequeña! Ahora yo soy la niña entregada y pequeña que busca la palabra encendida que no queme, que simplemente alumbre. La palabra que cure las heridas...
A medida que uno va avanzando por el camino de la vida va abriendo puertas. Al principio, con entusiasmo, con rapidez, dando un caliente manotazo, con apuro por saber qué hay detrás, qué milagro, qué gesto amigable de una cara que parece que conociéramos desde hace mucho. Las puertas se abren, livianas, fáciles, sin chirriar, con la gracia de los abanicos y aparece el mundo, el hermoso mundo que se nos ofrece como una manzana ilustrada. Nos disponemos a creer y creer y seguir creyendo. Y entonces la primera mentira desvanece frente a nuestros ojos con un poco de luz. La primera mentira quita el azúcar al sabor de las frutas, nos duele en la piel, nos sacude. Detrás, a nuestra espalda, se ha cerrado una lejana puerta, la del cuarto aquel de la infancia en la que todo era verdad y los muñecos cobraban vida por la noche cambiándose de ropas y sitios. La primera mentira nos quita la inocencia y nos hace sentir miedo. Ya no nos lazamos a seguir abriendo puertas, como desesperados, como alegres chiquillos. Nuestro paso se hace más cauteloso, tomamos el picaporte con cuidado, abrimos lentamente, estamos precavidos y pensamos que tal vez nos aguarda otro dolor. Y a veces es dolor: algún silencio que nos humilla. Alguna lejanía, alguna muerte irreparable que nos hace pensar que alguna vez seremos nosotros, será nuestro nombre, nuestra quietud, nuestro fin. Cada vez que lloramos, cada vez el desencanto hace añicos los espejos… otra puerta se cierra a nuestras espaldas. Otra puerta del ayer. Y un espacio de nuestra vida queda encerrado para siempre. Una esperanza queda prisionera sin salida. Ahora, aquí, de pie frente a esta puerta, tiemblo. Vengo de dolorosos fracasos, vengo de dolorosas mentiras. No me fue fácil sonreír a veces. No me fue fácil convencerme de que la soledad se muere irremisiblemente cuando otra soledad se aprieta a la nuestra y le inyecta su propio dolor, su propia lágrima dispuesta a compartirla. Yo me entregue como se entrega el río a los brazos del mar. Yo me entregué como se entrega el trigo al vientre blanco de pan. Yo me entregué como se entrega la flor al golpe y la caricia de la lluvia. No me guardé ni un gesto ni una idea. Todo te lo di, cuando aún no te conocía, cuando ni te soñaba siquiera. Y ahora que estás, que estás allí, detrás de esta puerta, esperando, tengo miedo de abrirla. Si lo hago seré generosa conmigo, pero te causaré la pena de encontrarme vacía. Si no lo hago, me quedaré para siempre encerrada con este espacio mínimo, oscuro y sin belleza, cerrado por la puerta del ayer y por la del mañana. Y me debato, sufro, asumo mi llanto, me canto canciones de cuna como si fuera una niña muy pequeña que necesita que le canten para saberse querida. Las puertas que se han cerrado no pueden abrirse otra vez. Y esta que está delante de mí… la que podría salvarme no me atrevo a abrirla. Ya no la toco… y la puerta se abre lentamente…, entra una luz de afuera…, lo que creía vacío en mi se puebla de ternura, de música, de tus ojos mirándome y tus manos estirándose hacia mí. Has abierto la puerta. Has venido a buscarme. Caminas hacia mí, me tomas del brazo, me sacas de esta incertidumbre y este llanto. Esta puerta que has abierto, esta puerta que traspongo con paso vacilante por la emoción y con los ojos enceguecidos por la luz, se que me conducirá a terribles batallas. Pero soy feliz porque las batallas no serán de soledad y ausencia, sino duras batallas cotidianas entre dos seres que tendrán que vencerse a sí mismos muchas veces hasta formar el círculo perfecto de la felicidad.